No sé por propia cuenta cómo era entonces la cosa, porque yo era un niño. Alguna vez lo fui.
Pero me han dicho que las ceremonias previas a las salidas nocturnas eran todo un evento en sí mismo.
Algo de eso leo en las fotos de la fiesta de compromiso de mis padres; las camisas que usaba mi viejo, aquellos pantalones, el pelo de mi vieja, su maquillaje.
Mis viejos eran y son gentes adorables pero nunca hicieron mucho caso de la música, cosa que les reproché muchas veces por interés personal: de haber sido otra la historia hoy quizás sería el heredero de los vinilos originales de Led Zeppelin, por poner un solo caso y para no largarme a llorar.
Lo que sí, mis viejos eran excelentes bailarines. Al menos un par muy entusiasta de ellos. Mi padre especialmente. En mi barrio nadie olvida la imitación de Sandro que ofreció sobre la mesa el día que yo cumplí 4 años. Con simulacro de strip tease incluido. Y así otras tantas epopeyas que por alguna razón he reprimido.
Supongo que en sus muchas noches de salida más de una vez habrán movido las caderas al compás de este ritmo sagrado que los negros del norte han sabido denominar funk. Estoy seguro de que mi viejo no tuvo ni tiene idea de que exista tal cosa. Pero más seguro estoy de que de todos modos la noche de Buenos Aires lo debe haber envuelto en una de estas mareas de ritmo sincopado especiales para un showman de su estirpe.
A los buenos bailarines dedico entonces esta selección funky de primera línea, con los gloriosos Commodores como comandantes de la nave.