La gran puta, piensa uno y se atormenta. Pero el amor es una parte crucial de la vida humana y está ahí quiera uno o no. Y, vieron cómo es, por ahí viene como uno no quiere pero viene como es y bueno, carajo, qué se le va a hacer, viene. Esta es la historia de dos hermanos de la vida que lamentablemente sucumbieron a los encantos de la misma mina. Ingleses ellos ambos, fríos como la madre que los parió. Imagínensé el poder que tendría la guacha esa para ponerlos así a los dos. Y lo tenía. Colorada, ojos azules, una boca así de gordita y unos dientes rarísimos, exquisitamente sugestivos. Ellos, además de ingleses, tremendamente talentosos. ¿Qué iban a hacer? Escribirle canciones, qué otra cosa sino. El oficial, con libreta y todo, era George Harrison, un Beatle y punto. El segundo, Eric Clapton, que no era un Beatle pero se hacía llamar Dios, calculen. Y la colorada en el medio sarandeándolos para todos lados como si fueran muñecos de plastilina. El primero se casó con ella pero el segundo la amó siempre en silencio, hasta que un día, mientras el primero dormía la mona, se la terminó quedando.
En fin, tal vez, como decía mi amigo Pablo, ninguna mina se merezca semejante canción como la primera. Yo, que no soy tan extremista, apuesto porque sí y aunque la primera canción me parece imbatible, le pongo unas fichas a la segunda.
Por el amor de Alá escuchen los solos de guitarra de Clapton en esta canción y sientan cómo se puede llorar de amor con una guitarra eléctrica.
Buen jueves.
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