Nunca ha sido fácil la relación entre los medios de comunicación y los artistas.
Normalmente ocurre que los primeros se creen con la autoridad para formular juicios de toda estirpe sobre los segundos y éstos, por su parte, tienden a sumirse en la paranoia absoluta respecto de la acción de los primeros.
Estos contrapuntos se cuentan por millones en todas las ramas del arte.
Por poner un caso vinculado al rock, en su momento fue muy divertido el enfrentamiento entre la honorable banda Divididos y un periodista del palo, cuyo nombre no consigo recordar. En el tema Paraguay, los muchachos de Hurlingham cantaban: "Siento las biromes sobre mí del periodista que se muere por tocar". Tras la estocada del trío del oeste, la respuesta del hombre de prensa no tardó en llegar en forma de parafraseo: "...de rockero que se muere por escribir... Bien". A ácido, ácido y medio pareció ser la consigna.
Para analizar esta constante medición comparativa de porongas, lo interesante, amigos míos, es el rol que desempeñan los fantasmas, porque un sencillo ejercicio de reflexión haría notar rápidamente a los miembros de los supuestos dos bandos que son parte más bien de un mismo colectivo. En relación con las empresas periodísticas por un lado y con las empresas discográficas por el otro, éstos y aquellos son en el fondo la misma cosa: trabajadores.
Lo cierto es que el periodista tiene todos los días para descargar su artillería mientras que el músico sólo puede hacerlo en el mejor de los casos una vez al año, cuando graba un disco.
Considerando que la asimetría en el reparto de palos en cierto modo favorece a la prensa, Volumen III toma partido por los músicos y comparte estas sencillas pero efectivas tonadas sobre periodistas y medios de comunicación, aunque no sean la misma cosa.
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