Jade es el nombre de una piedra preciosa de las tantas que brillan en las vidrieras de las joyerías.
Más allá de su utilidad mercantil, se trata de un mineral que encarna significados muy ricos para culturas de lo más diversas; sentidos que curiosamente son más próximos entre sí de lo que podría imaginarse.
Los chinos de la antiguedad -y quizás también los del supermercado- pensaban que el jade era esperma seco de dragón y lo creían dotado de propiedades sobrenaturales, motivo por el cual lo usaban como amuleto para la buena suerte e incluso como insumo para la fabricación de armas.
Muchos kilómetros más acá, en la América precolombina, los aztecas y los mayas coincidían con los chinos en el culto del jade, al que atribuían las virtudes de la creación, la vida, la fertilidad y el poder. Se puede decir que tan lejos del esperma de dragón no estaban los pibes.
Por causa de los vaivenes de la naturaleza, el aspecto del jade es verde, color que algunos occidentales relacionamos con la esperanza, la calma y la paz interior.
Al margen de la proximidad que denotan estas concepciones, existe una diferencia que separa a los occidentales de los chinos, los aztecas y los mayas y es que estos últimos se negaban a oír los discos de Luis Alberto Spinetta. Aunque es preciso reconocer que muchos occidentales también y así estamos.
A propósito, la quinta banda del flaco se llamó Spinetta Jade y, razonablemente, sus canciones versaban entre otras cosas sobre la vida, la esperanza y el sexo, piedra fundamental si las hay.
Oigan estas bellas sinfonías eléctricas y siéntanse libres de meditar concentrados en el verde de esa piedra preciosa o de la otra piedra verde que no será tan brillante pero que también tiene propiedades exquisitas.
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