La historia cada tanto se pone con una sorpresa que rompe el orden de las cosas y plantea un nuevo escenario. De pronto, aparece algo más o menos original y genera una atmósfera fresca que llena los pulmones de aire puro en lo que hasta entonces era un espantoso escenario de cosas conocidas y rutinarias.
En la música un día apareció Chuck Berry, un muchacho que manipuló un poco los acordes del blues para crear nada menos que un coso llamado Rock n' Roll.
Más tarde, como quien no quiere la cosa, llegó Jimi Hendrix, que con una Stratocaster standard armó tal desparramo que todavía hoy los científicos encuentran pedazos de vidrio roto.
La secretaría de Análisis de Hijos de mil Putas de Volumen III, considera que hubo un tercer punto de giro en esa línea histórica y que ese señor se llama Eddie Van Halen.
Por razones de tiempo, este espacio no ahondará en las dotes de este monumental violero; sencillamente compartirá una muestra de su demencial talento y lo felicitará en ocasión de su cumpleaños número 57.
Ella nació granjera en un pueblo de Carolina del Norte, un 24 de diciembre de 1922, y es lógico: una degenerada de su talla inevitablemente tenía que venir al mundo en una Nochebuena.
A los 19 años llegó a Hollywood con el obvio objetivo de consagrarse como actriz pero en el fondo de su corazón sabía que la verdadera razón era voltear muñecos sin cansancio, tarea que ejerció desde el primer día con una dedicación conmovedora.
Insaciable pero mujer de su época al fin, al poco tiempo recaló en el altar con un actor de aquél momento llamado Mickey Rooney, a quién destrozó en apenas dos años de desenfrenada lujuria e históricas partuzas sexuales y alcohólicas. El bueno de Mickey aceptó la derrota con una amplia sonrisa y un tierno concepto de su ex mujer, a la que calificó como "una verdadera sinfonía del sexo".
Semejante fama le garantizó a la hermosa morocha de ojos verdes una extensa fila de monchos que, sin temblores en el pulso, fue atendiendo de a uno, con ejemplar dedicación y denodado esmero.
Acaso porque venía de una familia conservadora y religiosa, y porque reconoció en ese ambiente la recalcitrante dominación masculina, fue que ella se abrazó a las actividades venéreas con tanta pasión, comprometiéndose a aprender minuciosamente las artes amatorias con todas y cada una de sus técnicas "para evitar que ningún hombre jamás me domine en la cama", como confesó ya viejecita.
Un día le llegó el amor de la mano del gran Frank Sinatra. Juntos construyeron una relación que fue toda una hecatombe y un ejemplo de popularidad entre los vecinos, que cada noche se agolpaban frente a la mansión para ver de qué se trataban aquellos escandalosos despelotes.
La cosa con Sinatra duró seis años. Ni siquiera un mito como él, famoso por organizar las orgías más desenfrenadas de su tiempo, pudo contener la salvaje naturaleza de nuestra papusa de la fecha, el animal más hermoso del mundo, como también le decían.
Se llamaba Ava Gardner. Dicen que en su vejez, sola en su casa de Londres, lejos ya de la belleza que la había catapultado al cielo de las fantasías masculinas de todo el mundo, ella seguía escuchando las canciones de Frank. Tal vez en más de una oportunidad sollozó de melancolía al oír la siguiente.
A los 12 años el pebete Cassius Clay asistió con indignación de perro al choreo de su bicicleta. Un turro, andá a saber quién, se la había llevado del poste en el que la había apoyado para entrar a la panadería del barrio, en su Louisville natal, provincia de Kentucky.
Aconteció entonces que un tipo que estaba en el momento justo en el lugar indicado vio al niño recién currado y adivinó en su gesto de rabia las facciones de un campeón de raza, así que lo invitó a participar de su clase de boxeo, en el gimnasio del barrio.
Diez años después, en 1960, el ex purrete ganaba la medalla dorada para su país en los juegos olímpicos de Roma, luego de tumbar a cuanto mono se le puso adelante con intenciones de paliza.
Entonces volvió a la patria el buen gladiador, provisto de su presea y de un collar de laureles que se marchitaron de inmediato, puesto que ni la gloria deportiva le había quitado lo negro, y tuvo que bancarse que en un bar de blancos le prohibieran echar un cloro, incluso a sabiendas de que era la celebridad del momento.
Fue tal la angustia de Cassius que llevó su metro ochenta y ocho y sus noventa y pico de kilos hasta la orilla del río y arrojó al agua la puta medalla al grito de "ma' sí, metanselá en el culo".
Pese al percance siguió con el yeite y poco tiempo después se convirtió en el campeón del mundo de los pesados luego de estropear al desgraciado líder de entonces, el también morocho Sonny Liston. Provocador impredecible, esa noche aprovechó la conferencia posterior al combate para informar que abandonaba el apellido de su esclavizador y pasaba a llamarse Muhamed Alí, porque se la bancaba.
Más tarde se negó a matar gente en Vietnam "porque ahí nadie me llama negro", según contó. Luego soportó un juicio por deserción que lo mantuvo alejado del deporte por cuatro años. Cumplida la prohibición volvió a repartir roscazos y recuperó la corona. Un tiempo más allá la volvió a perder y hacia el final de su carrera la recuperó otra vez a lo guapo, fiel a su estilo, flotando como una mariposa y picando como una abeja.
Nuestro querido amigo cumple 70 pirulos y es menester homenajearlo con una canción suya. Sí, suya, porque un verdadero campeón no le teme a nada, ni siquiera a los estudios de grabación.
Todos los días 16 horas afuera con lluvia, sol y frío durante meses, años, lustros, décadas. Todos los días lo mismo. Un cuerpo que se fue marchitando en la calle pero sin aflojar nunca. Un esfuerzo que necesitó de una constancia a prueba de bombas, de un empecinamiento áspero y convencido y que acumuló una deuda que tal vez no te alcance el resto de tu vida para saldar.
Mientras vos dejabas los días de tu existencia luchando con el tránsito, las muchedumbres y la maquinaria de la vida cotidiana yo en casa leía mis apuntes con la luz que pagaba tu pobre cuero, me bañaba con el agua caliente que me aseguraba tu postergación callejera, me dormía bajo el techo firme que cambiabas por el aliento sin reclamarme nada, me reconfortaba con la comida que nos daba tu sudor enamorado.
Pero los libros que leía no me habían ayudado a comprender nada. Durante muchos años te quise distinto, te quise ejemplar, te soñé perfecto y maldije la ilusión que te mostraba como lo contrario a todo eso. Combatí para que me miraras un poco. Me maté para que me escucharas un rato. Se me fueron los años esperando que me preguntaras cómo estaba, qué me andaba pasando. Un día dejé de luchar. Y no por creerte perdido sino por haber entendido que en mis propias limitaciones estaba la razón de nuestra distancia.
Hoy, lejos de los reproches que no serían más que fruto de mi ceguera y de mi egoísmo, me quiero sentar con vos para mirarte a los ojos. En el fondo de mi corazón, lo único que deseo es descubrir en mí un poco de tu entrega, porque contiene un amor tan inmenso que incluso hoy, después de tanta reflexión, sigue siendo demasiado para mí.
"No habrá risa; no habrá arte; ni literatura ni ciencia; sólo habrá ambición de poder, cada día de una manera más sutil". George Orwell, extraído de la novela 1984.
Más allá de la inquieta naturaleza del hombre, de su persistente voluntad de ser, del deseo que lo constituye como presa de una necesidad constante que solamente hallará consuelo en la muerte, existe una fuerza mayor que lo trasciende y que se llama poder.
El poder no es un instrumento de determinada clase de hombres, no es un cargo de jerarquía social, no reside en la posesión de bienes materiales, ni en la ostentación de armamento alguno sino que es una construcción social que está por encima de todos. Es quizás la más grande de las obras de la humanidad; una realidad absolutamente abarcativa y terroríficamente flexible, capaz de ir siempre un paso más allá y desarrollar una nueva forma de vigilancia y control de su propio creador, el hombre.
Claro que como buena construcción humana tiene sus imperfecciones. Así, lo que en la mayoría de los casos se esconde bajo el manto de ultrasutiles mecanismos abstractos a veces se revela ante la mirada de cualquier poligrillo como una cosa grosera y carente de toda pretensión estilística.
El triunfo del poder consiste en lograr la aprobación general de todas sus razones: que es necesario invadir un país porque está lleno de terroristas, que están bien el secuestro, la tortura y la desaparición para salvar a la patria de los subversivos, que no queda más alternativa que poner cámaras en todas las calles (y algún día dentro de todas las casas) para combatir a la delincuencia, etc.
Es decir que más allá de sus trucos, el poder cuenta con lo peor de todos nosotros; nuestra cobardía, nuestra ignorancia, nuestra indiferencia.
Espantado hasta los huesos por la noticia de un nuevo paso en el eterno camino vencedor del poder, en este caso gracias a las infames camaritas de seguridad, comparto esta canción que es una muestra de la victoria cotidiana de la vigilancia.
"La delincuencia, con los agentes ocultos que procura, pero también con el rastrillado generalizado que autoriza, constituye un medio de vigilancia perpetua sobre la población: un aparato que permite controlar, a través de los propios delincuentes, a todo el campo social". Michel Foucault
La vida es trabajo y sufrimiento, ha dicho el filósofo alemán Arthur Schopenhauer.
No lo dijo por nadie en especial, pero en el fondo del mar sabemos que quienes mejor retratan ese pensamiento son las amas de casa.
Seres postergados y víctimas de la cruel explotación, ellas encarnan uno de los resultados más brutales de la dominación masculina; deporte que atraviesa todas las ideologías, religiones y culturas del planeta.
Si de trabajar se trata, nuestras homenajeadas de la fecha lo hacen las 24 hs: de día, cuidando de la casa y de los niños, del jardín y de las cuentas, de la vereda y del aseo; de noche, intentando satisfacer a cascoteados maridos, alienados por el devenir cotidiano, incapaces de reconocer esfuerzo alguno y siempre listos para proveerlas de toda clase de mamporros ejemplificadores.
Y el sufrimiento es todo lo que consiguen como recompensa, ora por efecto de la paga a soplamoco limpio, ora por la ingratitud de los asquerosos niños que ha traído al mundo, una vez más, con un dolor que les ha sido reservado exclusivamente a ellas.
Sabias y melancólicas palabras las del poeta Charles Bukowski, quien ha sabido decir: "Largas caminatas nocturnas son buenas para el alma: viendo furtivamente, a través de las ventanas, extenuadas amas de casa intentando escabullirse de sus frenéticamente encervezados maridos".
Esta sensible observación disparó en Volumen III la necesidad de seleccionar una serie de canciones a manera de homenaje. Y la dedica a todas las amas de casa del mundo.
La música, bálsamo por excelencia, se hace cargo de este sufrimiento estival y lo combate con heroísmo.
A falta de océano, río, laguna, pileta, terraza, manguera, bombuchas, baldes y tiempo libre para ejercer la pereza, buenas son las canciones.
Demasiada presión, demasiado sudor, demasiada ocupación, refugios estrechos de chapa para esperar un bondi que vendrá lleno y sin aire acondicionado.
Paredes que chupan temperatura todo el día y que luego no te dejan dormir en la noche.
Cerveza, mucha cerveza que resulta siempre poca, muy poca cerveza.
Asfaltos corpulentos transpirando más calor, exhalando vibraciones de verano; un calor del demonio, un verano asqueroso y arrogante, una desesperación incontrolable, pegajosa y húmeda que cada tanto se apacigua en el oasis de un escote generoso.
Hoy las cosas serán dichas con cruda y absoluta sinceridad.
En el rock la propiedad privada sufre permanentes asaltos a manos de salvajes que, antes que ponerse a laburar con honestidad como cualquier vecino decente que paga sus impuestos, prefieren meter la asquerosa mano en la lata de la creatividad ajena con fines de asegurarse una vida fácil, veloz y despampanante.
¡Despreciable actitud! ¡cleptómanos sin corazón!
Pero el chorismo rockero es un fenómeno tan amplio como cualquier acto delictivo ordinario y hay modalidades que son preferibles. No es lo mismo ser atracado a mano armada en una esquina oscura que sufrir el finísimo y sutil talento de un punguista de carrera.
Volumen III presenta un caso cuya clasificación dejará en manos de ustedes.
Es un caso paradigmático pero eso sí, muy bailable.
Estaba el niño Jesús una noche en su humilde cuna de Belén haciendo cosas de purrete recién nacido.
La virgen María descansaba a su lado y, en la puerta del pesebre, José el carpintero miraba la luna, gemía desconsolado y preguntábase cómo demonios había terminado su vida huyendo con una mina que se decía concebida por el espíritu santo y con un pibe ajeno que no lo dejaba apolillar.
De pronto, el hombre melancólico vio a lo lejos que se acercaban seis siluetas en la espesura de la noche; tres forasteros, cada uno con su camello. Y algún que otro paquetito.
Díjole el marido de María al primero de ellos: "¿Tú quién eres?". El reo contestóle: "Freddie King, my lord", y agregó: "Estos son mis gomías, te los presento".
El harapiento carpintero inclinó su cabeza en señal de duda y mientras se rascaba el interior de las narices con el dedo meñique insistió: "¿Cómo se llaman tus cuates? ¿Qué los trae por aquí un viernes de madrugada?". El segundo de los forasteros primereó a su compadre y respondió al atribulado José: "Mi nombre es BB.King, my friend, y éste de acá es mi compañero, Albert King".
Inmediatamente, los tres extraños, como si ejecutasen un número previamente ensayado, añadieron al unísono: "Somos los Reyes Magos, somos. Y venimos a ver al señor, venimos".
El carpintero, iracundo, sacó del bolsillo de la túnica su mejor serrucho y amenazante lanzó a los visitantes un grito largo: "¿Os burlais de mí, miserables? ¿Me creéis un poligrillo? ¡Sé muy bien que sólo uno de los Reyes Magos es negro y no los tres, como ustedes! ¿Qué os proponeis? ¿De dónde venís?".
Al ver que la cosa se ponía peluda, Freddie King decidió ir al grano: "Mirá, Pepe, viejito, todo bien con el rol de macho cabrío, se supone que es la que tenés jugar acá, joya. Ahora, hablando en serio, el niño Jesús no nos calienta mucho ¿mentendé? Nosotros somos bluseros del Mississippi y sabemos que acá si hay uno que la juna de sufrimiento sos vos, papá. Así que dejá el serrucho, prendete éste y escuchá
lo que venimo' a cantar".
Atónito pero proclive a la quema de inciensos, José encendió el churro, sentóse en la suave alfalfa de la vereda del pesebre y oyó a los forasteros, que entonaron lo siguiente:
¡¡¡Mil visitas, vamos Volumen III, gracias a todos!!!
¡Mirá que en los años sesenta para ser yanqui y comunista había que tener flor de cojones, man, eh!
Ella además era mujer y... ¡¡¡negra!!! ¿Algo más rockero en una sociedad donde el deporte nacional era colgar a un negro, cuando no se optaba por el incendio público o la violación reiterada?
Pleno auge del segregacionismo racial, un despelote. Pero también pleno auge de los movimientos civiles que reivindicaban los derechos de las minorías negras, de los que ella era una de las figuras más vigorosas.
"¡Qué valor, Angelita!", pensaban los pibes de la barriada cuando la papusa era noticia.
Y lo era muy seguido porque luchaba como una pantera, cosa que por buchonaje del FBI le costó la expulsión de la Universidad de California, donde enseñaba filosofía, y hasta una causa judicial en un caso de secuestro y homicidio que la mandó en cana.
Inquieta y mal llevada, la morocha se fugó de la cárcel y estuvo prófuga hasta que la agarraron meses después en un hotel rutero de por ahí. La enjuiciaron pero la mentira, siempre petiza, no fue muy lejos: Angela quedó libre y siguió peleando como a ella le gustaba.
Nunca se dejó intimidar. Nunca se permitió retroceder. Siempre fue por más. Ningún poder la apichonó. Ovarios y tetas al frente. Comunista, mujer y negra ¿algo más? Sí: lesbiana. ¡Le gustaban las papusas!
Un personaje inconmensurable, de esos que no pasan el filtro de las corporaciones mediáticas norteamericanas, que prefieren vendernos a Britney Spears. Sin ofender.
Obviamente, Angelita inspiró a muchos. Vayan estos cuatro por ahora.
En el cielo de los guitarristas zurdos siempre hubo perplejidad porque en medio de Jimmy Hendrix con su chaqueta de soldado, de Kurt Cobain con su escopeta sensible y de Albert King con su pipa de locomotora, un día se instaló un tal Atahualpa Yupanqui con una guitarra criolla y un traje de lo más garca.
Las superestrellas demoraron mucho en adaptarse a ese ser huraño peinado con Lord Cheseline, que no dejaba de lanzarles insultos prolijamente ordenados en versos de ocho sílabas.
Pero un día el rock se tomó venganza y mandó a uno que venía de abandonar a Los Piojos.
El pobre Tavo, sin embargo, defraudó a los grandes del norte cuando, al verse de frente con el poeta máximo del folklore nacional, fundióse en un abrazo con él, causando la desilusión general.
Dicen que en el cielo de los guitarristas zurdos, los miembros argentinos suelen tocar a dúo una versión milonguera de esta bella canción llamada Sudestada. Y dicen que Hendrix, Cobain y King no cazan un fulbo.