Estaba el niño Jesús una noche en su humilde cuna de Belén haciendo cosas de purrete recién nacido.
La virgen María descansaba a su lado y, en la puerta del pesebre, José el carpintero miraba la luna, gemía desconsolado y preguntábase cómo demonios había terminado su vida huyendo con una mina que se decía concebida por el espíritu santo y con un pibe ajeno que no lo dejaba apolillar.
De pronto, el hombre melancólico vio a lo lejos que se acercaban seis siluetas en la espesura de la noche; tres forasteros, cada uno con su camello. Y algún que otro paquetito.
Díjole el marido de María al primero de ellos: "¿Tú quién eres?". El reo contestóle: "Freddie King, my lord", y agregó: "Estos son mis gomías, te los presento".
El harapiento carpintero inclinó su cabeza en señal de duda y mientras se rascaba el interior de las narices con el dedo meñique insistió: "¿Cómo se llaman tus cuates? ¿Qué los trae por aquí un viernes de madrugada?". El segundo de los forasteros primereó a su compadre y respondió al atribulado José: "Mi nombre es BB.King, my friend, y éste de acá es mi compañero, Albert King".
Inmediatamente, los tres extraños, como si ejecutasen un número previamente ensayado, añadieron al unísono: "Somos los Reyes Magos, somos. Y venimos a ver al señor, venimos".
El carpintero, iracundo, sacó del bolsillo de la túnica su mejor serrucho y amenazante lanzó a los visitantes un grito largo: "¿Os burlais de mí, miserables? ¿Me creéis un poligrillo? ¡Sé muy bien que sólo uno de los Reyes Magos es negro y no los tres, como ustedes! ¿Qué os proponeis? ¿De dónde venís?".
Al ver que la cosa se ponía peluda, Freddie King decidió ir al grano: "Mirá, Pepe, viejito, todo bien con el rol de macho cabrío, se supone que es la que tenés jugar acá, joya. Ahora, hablando en serio, el niño Jesús no nos calienta mucho ¿mentendé? Nosotros somos bluseros del Mississippi y sabemos que acá si hay uno que la juna de sufrimiento sos vos, papá. Así que dejá el serrucho, prendete éste y escuchá
lo que venimo' a cantar".
lo que venimo' a cantar".
Atónito pero proclive a la quema de inciensos, José encendió el churro, sentóse en la suave alfalfa de la vereda del pesebre y oyó a los forasteros, que entonaron lo siguiente:
¡¡¡Mil visitas, vamos Volumen III, gracias a todos!!!
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