A los 12 años el pebete Cassius Clay asistió con indignación de perro al choreo de su bicicleta. Un turro, andá a saber quién, se la había llevado del poste en el que la había apoyado para entrar a la panadería del barrio, en su Louisville natal, provincia de Kentucky.
Aconteció entonces que un tipo que estaba en el momento justo en el lugar indicado vio al niño recién currado y adivinó en su gesto de rabia las facciones de un campeón de raza, así que lo invitó a participar de su clase de boxeo, en el gimnasio del barrio.
Diez años después, en 1960, el ex purrete ganaba la medalla dorada para su país en los juegos olímpicos de Roma, luego de tumbar a cuanto mono se le puso adelante con intenciones de paliza.
Entonces volvió a la patria el buen gladiador, provisto de su presea y de un collar de laureles que se marchitaron de inmediato, puesto que ni la gloria deportiva le había quitado lo negro, y tuvo que bancarse que en un bar de blancos le prohibieran echar un cloro, incluso a sabiendas de que era la celebridad del momento.
Fue tal la angustia de Cassius que llevó su metro ochenta y ocho y sus noventa y pico de kilos hasta la orilla del río y arrojó al agua la puta medalla al grito de "ma' sí, metanselá en el culo".
Pese al percance siguió con el yeite y poco tiempo después se convirtió en el campeón del mundo de los pesados luego de estropear al desgraciado líder de entonces, el también morocho Sonny Liston. Provocador impredecible, esa noche aprovechó la conferencia posterior al combate para informar que abandonaba el apellido de su esclavizador y pasaba a llamarse Muhamed Alí, porque se la bancaba.
Más tarde se negó a matar gente en Vietnam "porque ahí nadie me llama negro", según contó. Luego soportó un juicio por deserción que lo mantuvo alejado del deporte por cuatro años. Cumplida la prohibición volvió a repartir roscazos y recuperó la corona. Un tiempo más allá la volvió a perder y hacia el final de su carrera la recuperó otra vez a lo guapo, fiel a su estilo, flotando como una mariposa y picando como una abeja.
Nuestro querido amigo cumple 70 pirulos y es menester homenajearlo con una canción suya. Sí, suya, porque un verdadero campeón no le teme a nada, ni siquiera a los estudios de grabación.
Felicitaciones, maestro.
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