Ella nació granjera en un pueblo de Carolina del Norte, un 24 de diciembre de 1922, y es lógico: una degenerada de su talla inevitablemente tenía que venir al mundo en una Nochebuena.
A los 19 años llegó a Hollywood con el obvio objetivo de consagrarse como actriz pero en el fondo de su corazón sabía que la verdadera razón era voltear muñecos sin cansancio, tarea que ejerció desde el primer día con una dedicación conmovedora.
Insaciable pero mujer de su época al fin, al poco tiempo recaló en el altar con un actor de aquél momento llamado Mickey Rooney, a quién destrozó en apenas dos años de desenfrenada lujuria e históricas partuzas sexuales y alcohólicas. El bueno de Mickey aceptó la derrota con una amplia sonrisa y un tierno concepto de su ex mujer, a la que calificó como "una verdadera sinfonía del sexo".
Semejante fama le garantizó a la hermosa morocha de ojos verdes una extensa fila de monchos que, sin temblores en el pulso, fue atendiendo de a uno, con ejemplar dedicación y denodado esmero.
Acaso porque venía de una familia conservadora y religiosa, y porque reconoció en ese ambiente la recalcitrante dominación masculina, fue que ella se abrazó a las actividades venéreas con tanta pasión, comprometiéndose a aprender minuciosamente las artes amatorias con todas y cada una de sus técnicas "para evitar que ningún hombre jamás me domine en la cama", como confesó ya viejecita.
Un día le llegó el amor de la mano del gran Frank Sinatra. Juntos construyeron una relación que fue toda una hecatombe y un ejemplo de popularidad entre los vecinos, que cada noche se agolpaban frente a la mansión para ver de qué se trataban aquellos escandalosos despelotes.
La cosa con Sinatra duró seis años. Ni siquiera un mito como él, famoso por organizar las orgías más desenfrenadas de su tiempo, pudo contener la salvaje naturaleza de nuestra papusa de la fecha, el animal más hermoso del mundo, como también le decían.
Se llamaba Ava Gardner. Dicen que en su vejez, sola en su casa de Londres, lejos ya de la belleza que la había catapultado al cielo de las fantasías masculinas de todo el mundo, ella seguía escuchando las canciones de Frank. Tal vez en más de una oportunidad sollozó de melancolía al oír la siguiente.
La Voz, magnífica.
ResponderEliminarA este post sólo le falta una foto de la papusa. Hágame caso.